Aldo Nove o la literatura de la pudrición
Un joven que, desconsolado
y ofendido, rompe a martillazos los cráneos de sus padres porque usan un gel de
baño que considera “ridículo”; una pareja de desquiciados que entrena
sexualmente a sus hijos adolescentes para evitar que el comunismo resurja (¿!);
un hombre que guarda mierda en los cajones de su armario, por el simple gusto de
coleccionar algo distinto; u otro más que, hundido en la soledad, satisface su lujuria con la lengua de su gato… Estos son algunos de los argumentos que
ejemplifican una obra tan sui géneris como lo es Superwoobinda de Aldo
Nove.
Los personajes de este libro narran sus
hazañas y desventuras en primera persona, como si se trata de una suerte de
confesión. Pero no una confesión en privado, ante un cura que habría de
absolverlos, sino una confesión pública llena de presuntuosidad y
exhibicionismo, como si estuvieran frente a las cámaras en medio de un talk
show. Esta comparación es quizá la más atinada, pues los personajes se
presentan casi siempre de la misma manera, como si siguieran un guion: dicen su
nombre, su signo zodiacal y algún rasgo general de su persona o su oficio e inmediatamente
después comienzan a contar su historia (¡su histeria!).
Si muchos narradores han optado por hacer suyas las estrategias del
cine, Aldo Nove hace suyas las de la televisión. No en vano abundan en el libro
referencias a comerciales publicitarios, actores y actrices, así como programas
y conductores de la televisión italiana de finales de los noventa (“Woobinda”
es de hecho el nombre de una popular serie televisiva de los años sesenta). Pareciera
que el lector estuviera junto a un oscuro telespectador haciendo zapping,
pues algunos de los cuentos no solo terminan de forma abrupta, sino que también
dejan las palabras inconclusas (“debían comprender que t”, “ahora las fuerzas están
d”, Te quie”).
¿Será el telespectador se abruma con la violencia que tiene enfrente o
solo se aburre y decide cambiar rápido de canal?
En todo caso, esta respuesta parece ser una alegoría de nuestros tiempos:
la violencia nos acecha, la tenemos a un palmo, pero ya no es capaz de
conmovernos. Vivimos scrollenado nuestra
realidad sin percatarnos de su trasfondo, ni de sus implicaciones inmediatas. Mucho
menos de aquellas que habrán de alcanzarnos en el mediano o el largo plazo.
La primera versión de estos cuentos
se publicó en 1996 con el título de Woobinda e altre storie senza lieto fine
(Woobinda y otras historias sin final feliz). Dos años después, en
1998, apareció la versión ampliada Superwoobinda, asimismo, la
traducción al español a cargo de Edgardo Dobry y Valentina Cialfa para la
colección Reservoir Books de Grijalbo-Mondadori. Esta es, hasta donde tengo
noticia, la única obra de Aldo Nove disponible en nuestro idioma.
Los cuentos que conforman esta colección son irreverentes, grotescos y
atrevidos. Una oda a la incorrección política. Absurdos, como el mejor Etgar
Keret; soeces, como Chuck Palahniuk —sobre todo en cuentos como “Tripas”—;
pornográficos y tremendistas al estilo de “El fiord” de Lamborghini; sádicos y
enrarecidos en su brevedad, quien conozca la narrativa de Dalton Trevisan puede
darse una idea. Se parece a ellos pero su estilo es mucho más áspero. Sus
historias son como patadas de mula. En su mundo todo hiede y el lector termina
por pudrirse con sus personajes.
Imposible no salir
embarrado.
Imposible no salir
con alguna herida.
Se entiende que no
sea un autor conocido. Tanta suciedad no tiene cabida en las buenas
conciencias.
No apto para
lectores espantadizos.
Léanlo bajo su
propia responsabilidad.
Mejor aún: no lo
lea.
¡Ahórrese el
descalabro!


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