En el principio era el cuerpo… La escritura poética de Alejandra Estrada
Escribe tú con sangre: y te darás cuenta de que la sangre es espíritu.
Nietzsche.
I
La palabra es terapéutica; solo en ella habita la catarsis. Los
griegos tenían en alta estima su poder de sanación. En La curación por la
palabra en la antigüedad clásica (1958), Pedro Laín Entralgo rastrea los
antecedentes —y las posibilidades— de la psicoterapia verbal y nos recuerda que
“La palabra del hombre es persuasiva y apaciguadora […] y sólo las mentes muy
firmes y afiladas pueden resistir la fuerza de su encanto”. El buen decir seduce,
encauza y muchas veces domeña. No por nada el encantamiento es un fruto
de la voz.
Que la escritura encarna una
forma de terapia lo han sabido los filósofos de todos los tiempo: Nietzsche,
por ejemplo, exigía escribir con la totalidad del cuerpo, pues solo así se
alcanza el desvelamiento del ser, la aletheía, entendida como una verdad
reveladora, epifánica, y por tanto, sanadora. Escribir ante un espejo como en una
confesión. Quizá la literatura más desgarradora sea aquélla que se vuelca sobre
sí misma para arriesgar una confidencia. Sucede así
con la escritura poética de Alejandra Estrada.
II
Esta herida se llama palabra (2023) es un poemario
que acusa desde el título a los influjos de la palabra y a la importancia del
cuerpo como elemento identitario, como elemento seminal de la creación: “soy
semilla de lo amorfo / y la palabra es mi guarida”. Desde el comienzo se esboza
el cuerpo como una herida y el poema como una sutura, más aún: como una
cicatriz; con la palabra se descubre el interior del ser:
Ciega de polvo
en el corazón nublado
de mi lengua
seca
asfixia el
silencio.
En el exilio
de mis voces
desarmo mi
cabeza en ayeres
espina por
espina
me descifro.
En estos
versos se vislumbran los símbolos que atraviesan estos poemas: la ceguera, la
sequedad, la asfixia del silencio, pero también el exilio, la rememoración y,
en primera instancia, el deseo de conocerse, de “descifrarse” palmo a palmo. La
escritura poética como una introspección que busca restañar las escoriaciones de
la vida, como un autoanálisis que no teme tocar la llaga porque sabe que solo
así se mide la profundidad de la herida.
El poemario
se divide en cinco secciones: a) Genealogía, b) La memoria del cuerpo, c) Una
visita, d) Lo que atraviesa el cuerpo y e) Morfología del defecto. Como se
advierte los subtítulos de estas secciones, la corporalidad es uno de los
cimientos que sostiene el andamiaje figurativo y se vuelve el centro de las
inquisiciones de Alejandra Estrada. El recorrido que propone se presenta como
una remembranza, una búsqueda interior que parte de los orígenes y que se
detiene en los momentos que han marcado su existencia, como si tratara de una
autobiografía poética o una crónica del yo. Así, este poemario pareciera nace
de un grito de dolor que poco a poco se modula hasta volverse palabra, verso,
poesía…
Aunque, en
general, el libro logra mantener un ritmo (una virtud a destacar), son los
poemas que evocan los descubrimientos de la infancia y los golpes de la
adolescencia los más audaces y atrevidos. En ellos se atisba la cura. La
enfermedad cede ante la evocación reconstructiva de la palabra. Ya lo dijo
Baudelaire: “El genio no es más que la infancia recuperada a voluntad”.
III
Trascender lo anecdótico, convertir en universal una
experiencia propia y personal, cuya dolor por sí mismo no es un valor estético,
es una de las consignas del arte. Esta herida se llama palabra lo
consigue. El poemario nos recuerda que las dolencias que aquí se tocan son de
todos. La poesía también es un enmascaramiento. En estos poemas desfilan las
obsesiones, los temores y los sabores de la vida a través de personajes
femeninos señeros de la tradición: Perséfone, Casandra o Rapunzel son pretextos
con los que Alejandra Estrada indaga en los malestares que han signado a la humanidad.
Quizá me
equivoque, pero pienso que este libro busca una confirmación: que la escritura
también puede curar, que la palabra también es terapéutica. Con estos versos,
Alejandra Estrada recuerda esa consigna que alguna vez sentenció Tomás Segovia
en uno de sus poemas más emotivos: “Escribir es cubrir de cicatrices el
silencio”.
Esta herida se
llama palabra
No soy una mujer: soy una atrocidad que no llena los
escotes ni se pinta las uñas. No soy una mujer: soy una chica que le dio asco
al enfermero que enseñaba RCP. No soy una mujer: soy un monstruo talla trece
que a los diecisiete besó por primera vez. No soy una mujer: soy el hipotiroidismo,
el quiste en el ovario izquierdo, la prediabetes, el estreptococo, la caries,
la tricotilomanía, la bulimia y el TOC.
***
Mi madre quería una muñeca y parió una piedra. Mi
madre quería una muñeca callada y debe soportar mi lengua de pájaro. Mi madre
quería una muñeca callada y con vestido rosa: mi tendedero está lleno de encaje
negro. Mi madre quería una muñeca callada, con vestido rosa y que se quedara
inmóvil en la almohada de su cama. Mi madre sigue esperando que yo regrese a
casa alguna madrugada.
***
Una niña de ocho años quería una bicicleta. El padre
de pocas palabras dijo no: la bicicleta no es un juguete para señoritas. Pobre
padre, no sabía que algún día iba a montar no una bicicleta sino el cuerpo de
un hombre que me iba a llevar a lugares en los que él no podría cuidarme. Padre
no sabía que me treparía a la espalda de un hombre y cabalgaría todas las
noches, no sabía que rodaría entre las sábanas sucias de un motel. Padre no
sabía que amar y andar en bicicleta son lo mismo, pero en diferente postura.
***
Blanco y negro
Una mujer traza su nombre en el espejo.
Se rompe.
El silencio es una bestia arrinconada.
Una mujer recoge sus fragmentos.
La bestia los lame.
Una mujer se mira en los pedazos de su espejo.
Su voz es todos.
Alejandra Estrada Velázquez (Ciudad de México, 1986). Poeta, docente y correctora de estilo. Es licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la UNAM. Estudió la Especialización en Literatura Mexicana del Siglo XX y la maestría en Literatura Mexicana Contemporánea en la Universidad Autónoma Metropolitana. Fue becaria del programa Interfaz (2014) y del programa PECDA-FOCAEM en su vigésima edición (2018). Publicó la plaquette Vacía de dioses (2023) y los poemarios Esta herida se llama palabra (2023) y Alucinaciones auditivas (2024). Ha publicado sus poemas en revistas como Casa del Tiempo, Voices of Mexico, Tercera vía y Círculo de poesía, entre otras. Forma parte del Círculo de Estudio ante la Poesía El Ojo de Faetón. Es organizadora del encuentro de poesía Esto no es un recital.
Comentarios
Publicar un comentario