La estupidez es un karma. Yobany García Medina
I
Sentenciar a desparpajo es una
cualidad de charlatanes, de presuntuosos y opinólogos del momento; es la marca
inconfundible del sabelotodo. Enjuiciar desde un pedestal es también un rasgo
de ciertos aforista: esos sujetos que con sus frasecillas se sienten los
poseedores de la Verdad (así, como mayúsculas). No por nada W. H. Auden apuntaba:
El
aforismo es esencialmente un género aristocrático de escritura. No discute ni
explica, afirma; e implícita en esta afirmación existe la convicción de que es
más sabio e inteligente que sus lectores.
Y es que la escritura
aforística aún no se ha despojado de sus vestimentas de código, de su naturaleza
de estatuto o de principio. Las afirmación que plantean buscan ser contundentes:
“La vida es un despilfarro” (Ramos Sucre), “El hombre es un gorila que ríe…” (Enrique
José Varona), “La muerte siempre es una sorpresa…” (Raúl Aceves). La sensación
de estar ante una escritura normativa es inevitable.
Quizá por ello La
estupidez de un karma sea un título fresco, que invita a una lectura más cercana
y, por qué no, mucho más empática. La primera sección del libro, “Yo”, es una
apuesta contra la prescripción tan común (y muchas veces chocante) del escribir
lapidario. Con la primera persona gramatical, Yobany García Medina (Estado de
México, 1988) no sólo rompe la formulación impersonal (La vida…, El hombre…, La
muerte…), sino que ofrece una mirada subjetiva, individual, e incluso con
algunos tintes de intimismo. No es el sabelotodo que emite juicios contra los
otros, sino que sus reflexiones inician apuntando hacia sí mismo:
Yo mismo he hablado
mal de mí a mis espaldas, resulta que yo comencé todos los rumores.
Esa reiteración del “yo”, que podría parecer una obsolescencia —cuando no una tara en géneros como la poesía— , es en el aforismo una suerte de liberación. Los estudioso de este género han señalado que la irrupción de la primera persona gramatical apuntaría a la modernidad de esta escritura, y aunque desde hace siglo se supone que ese “yo” distingue al aforismo literario, la verdad es que no siempre se percibe.
La subjetividad y la asunción de las verdades
relativas no se explican (ni se limitan) únicamente por ese “yo”. La segunda
sección, “Otros”, confirma lo dicho: no se trata de juicios emitidos por un
observador que sanciona desde afuera, que no se incluye en eso que juzga:
Que ahora prefiramos hablar con
los animales es el resultado natural de practicar con el Hombre.
Ese verbo en plural
(“prefiramos”) es incluso una marca de honestidad intelectual. Un observador
que se observa en los otros, que se reconoce en los vicios y defectos de los
demás. Nada de normas ni de reglas. Nada de superioridades. Las prescripciones
aquí no son más que ironías.
La tercera sección, “Yosotros”,
cierra un círculo gnoseológico: el aforista se construye en la otredad; la
escritura es que una alteridad socavada en la que el yo es un reflejo muy sutil
de la interacción con los otros. Humor y protesta convergen con tino en un
puñado de palabras:
La estupidez no se
puede cubrir con lujos, aunque, lo admito, anda bien vestida.
Junto a la escritura poética y las investigaciones en torno a la
intertextualidad y la metaficción, el aforismo se perfila como uno de los
pilares en el quehacer intelectual de Yobany García Medina. Aunque en esencia
este título marca una distancia considerable con el resto de su obra, es
posible advertir algunos guiños. Una serie de preocupaciones que dan forma y
contenido se anuncian desde libros como Sótanos del insomnio (2018), con
el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía Rogelio Treviño 2017. En éste se lee
una consigna que parece desarrollar a conciencia en esta propuesta aforística:
“Padezco la enfermedad del hombre: ser hombre”.
En La fe del polvo (2020), presenta también unos versos que pueden leerse como un preámbulo a las inquisiciones en torno al “yo”:
Me miro ayunado de
luz, desnutrido,
con la risa
entarimada, hasta los huesos,
algo así como “yo” en obra negra […]
Con La estupidez de
un karma, Yobany García Medina modula una nueva voz. La “obra negra” es aquí una construcción por
inaugurarse.
Este título corrobora la asiduidad de un inquisidor del fenómeno literario (es un miembro fundador del Seminario Permanente de Metaficción e Intertextualidad de la FES-Acatalán, UNAM), de un creador galardonado en certámenes como Premio Nacional de Poesía María Elena Solórzano 2021, por su poemario Mal de ojo (2022), y de un inquisidor de lo breve, que apuesta, ¡y con qué tino!, a sentenciar no como un sabelotodo, sino como un humorista refinado, un crítico de la cultura que sabe ponderar sin subirse a los podios de la grandilocuencia o la solemnidad.
* Prólogo a La estupidez es un karma. México: Libros del Fresno, 2022.
Aforismos
La aspiración a ser la "oveja negra" de la familia me parece en extremo aburrida y mediocre: incluso ese rebaño subversivo puede ser arreado.
Si yo fuese mi propio jefe, hace años que estaría en huelga.
Yo era sumamente interesante hasta que me conocí.
Yo tenía tantas virtudes que preferí concentrarme en dos o tres defectos.
¡Claro que soy un hombre sensible! La estupidez me hace llorar.
A mí nunca se me cayó la cara de vergüenza, yo mismo la rompí: me fastidia la intranquilidad de esos pendientes.
He tenido citas en las que mi ausencia resulta encantadora.
De niño anhelaba crecer para alcanzar la libertad; ahora, con este enanismo del alma que me cargo, apenas llego a tocar el hambre.
Soy un mal discípulo de mí mismo.
Desconfío de los que idolatran su trabajo, ¿quién podría confiar en alguien que le prende veladoras a unas cadenas?
He aprendido a perdonarme no por salud personal, sino para que la siguiente culpa pueda estirar bien los pies.
No tengo nada en contra de los intelectuales, incluso tengo amigos que practican esa desviación del pensamiento.
Aborrezco las tentaciones, es indignante no poder caer en todas ellas.
Es curioso que la gente esté enferma por encontrar un amor "sano".
La mayoría trabaja para ganarse la vida, los más sensatos para perderla.
Muchas personas, me incluyo, sólo mejorarían con la muerte.
Si la gente empezase a ser honesta consigo misma, ya habría visto el gran defecto que es la humanidad.
No imagino lo aburridísimo que debe ser para muchos sólo pensar en sí mismos.
Hay a quienes no les da miedo hablar en público. A mí me aterran los que no piensan ni en privado.
Para tachar a alguien de ser un imbécil se requiere cierta experiencia en la materia.
La gente ha empezado a amarse a sí misma. ¡Qué aburrido! Ahora se autotraicionan.
El progreso de la humanidad es evidente, pasamos de la barbarie a la bestialidad.
Los autodidactas ni siquiera son imbéciles por sí mismos.
El "Lameculismo" es la vanguardia de mis contemporáneos.
El viento no debería llevarse a las palabras, sino a las bocas de donde salieron.
En las sogas de la voz se cuelgan todas las palabras que nos hemos tragado.
A veces, el único recuerdo bueno que tendrán de nosotros será el olvido.
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