jueves, 4 de julio de 2024

Una heterodoxia poética: Los colmillos del dragón de Enrique González Rojo Arthur


 


I

Hacia 1949, un grupo de jóvenes encabezados por Enrique González Rojo Arthur dieron vida al “poeticismo”, un movimiento de renovación poética que, desestimado por la crítica y autocensurado —incluso— por quienes fueran parte de esta aventura, ha pasado casi inadvertido en la historia de nuestras letras. Ampliar el espectro de lo poético mediante procedimientos lógico-racionales derivados de la indagación y la experimentación en torno al lenguaje figurado era, entre otras, una de las pretensiones del movimiento.

Si la metáfora era tomada como un “hallazgo”, los poeticistas aspiraban a desentrañar una suerte de “mecanismo” capaz de producir esos descubrimientos. Apostar a la metáfora, sin embargo, no era el fin último, sino construir un encadenamiento de elementos figurativos a lo largo del poema. Y “largos”, efectivamente, fueron los poemas de este periodo, aunque sólo uno de ellos se publicó: Dimensión imaginaria (1953), de González Rojo. Una obra cuya rareza estriba en la concepción tan singular, y sui géneris, de la poesía. Un proyecto de intelección que se convertirá en el punto de partida de una de las poéticas más particulares, y disidentes, del panorama mexicano.


II

La aventura del poeticismo duró pocos años, pero fue fundamental en la construcción de la poesía de Enrique González Rojo, quien inclusive llegará a proponer una división de su trayectoria literaria en torno a la importancia de dicha etapa. Su obra, así, tendría tres momentos: “1) pre-poeticismo, 2) poeticismo y 3) postpoeticismo”.

            La mención a este movimiento resulta necesaria para abordar algunos tejemanejes que configuran la apuesta de Los colmillos del dragón (La saga de los cadmeos). Se trata de un poema narrativo de larga tirada. “Novelema” es el término que González Rojo asigna a este tipo de exploraciones que constituyen un género fronterizo y deliberadamente híbrido. Una combinación entre la narratividad de la novela y el discurso figurado de la poesía.

Una de las intenciones que subyace en el (¿la?) “novelema”, explica González Rojo en la “Antesala”, consiste en sustituir los elementos esteticistas por inquietudes existenciales, en aras de la reivindicación de la anécdota en el poema lírico.

Los colmillos del dragón evocan indefectiblemente los postulados de la etapa poeticista. González Rojo abandonó el poeticismo en la década de los cincuenta; no así las intuiciones de entonces. El movimiento de juventud se transformará en un laboratorio poético en el que González Rojo continuará experimentando. Los vínculos son, en muchos casos, evidentes, pero lo importante no es cuanto se apega (o retoma) esos ideales juveniles, sino como se reformulan con los años. Si las similitudes son apreciables, las diferencias son, en cambio, sugerentes, agudas, perspicaces… Acaso la importancia del movimiento radique en los frutos tardíos (las “cicatrices del poeticismo”, como ha señalado Evodio Escalante): obras que ya no se reconocen dentro de esa esfera, pero que, sin embargo, no hubieran sido posibles sin dicho antecedente.

III

Los colmillos del dragón adaptan el ciclo mitológico de los cadmeos. Las tragedias de Esquilo, Eurípides y Sófocles inspiran la anécdota que González Rojo reescribe, resignifica. El poema arranca con la figura de Cadmo, fundador de la estirpe tebana:


¿El cielo se agrietó un día

para decir la boca que,

desde el trono del imperativo,

se puso hablar?

¿Las nubes, mudando de quehacer, chispearon

sílabas hablantinosas

sin otra humedad que la de la saliva de Palas Atenea?

No sé, pero:

“Seguir las pisadas de la vaca”

fue la orden de la diosa a Cadmo, fundador de pueblos.

 

 En Los colmillos del dragón, el cielo “habla”, las nubes chispean “sílabas hablantinosas”. Objetos y emociones asumen la inquietud humana; la voz del pasado. La prosopopeya, apuntó en su momento Paul de Man, hace hablar a los muertos. No es casual que dicha figura retórica, hermana de la metáfora, sea la predilecta para la evocación. El título de este poema alude al momento en el que Cadmo, tras asesinar al dragón —hijo de Apolo que obstaculiza la fundación de la ciudad— planta bajo la tierra los colmillos del monstruo, de los que nacerá un nuevo linaje de guerreros: los tebanos. El cuidado de la semilla es una figuración del renacimiento; el árbol genealógico, así, encarna una hermandad de raíces peregrinas.

  La figura de Edipo, medular en ciclo tebano, también es un hilo conductor en los capítulos centrales de este poema. En el capítulo quinto, “La Esfinge”, Edipo tiene que descifrar la adivinanza a partir de pistas confusa y abigarradas, si no quiere morir devorado por sus fauces. Edipo, sin embargo, tiene una epifanía; realiza el “hallazgo”:


[…] la Esfinge,

adicta a la sangre humana,

se entrega a la faena de siempre,

mientras Edipo,

se pone a meditar en lo escuchado.

Lo hace de manera intensa, profunda.

Se pregunta por el secreto de los enigmas,

descubre poco a poco el mecanismo

de su misteriosa fabulación,

el motor invisible que los hace moverse,

como ese poquito de vida

que impulsa al más pequeño de los gusanos.

 Este pasaje me parece sumamente significativo, por las referencias implícitas a la concepción poética del propio González Rojo. No sería muy descabellado imaginar a Enrique como una suerte de Edipo que, parado frente al secreto de los enigmas, de los misterios, ya no de la Esfinge, sino de la poesía, a la representa, “se pone a meditar en lo escuchado”. González Rojo descubre, poco a poco, el “mecanismo” que da vida, el “motor invisible” que hace posible la irrupción de la poesía.

“Mecanismo” y “motor” son palabras propias de la jerga poeticista. La crítica ha señalado —y consignado— ese aspecto mecanicista en el pensamiento literario del autor, pero acaso no se ha reparado lo suficiente en el trasfondo: mirar la poesía como un proceso de manufactura es asumir que la construcción de lo literario es ante todo un ejercicio racional en el que no cabe la improvisación.

 

 

IV

La reelaboración que presenta González Rojo contempla a los personajes señeros del ciclo tebano: Cadmo, Lábdaco, Layo, Yocasta; Edipo y sus hijos e hijas: Polinices y Eteocles; Antígona e Ismene. La saga de los cadmeos concluye con los avatares que signaron a uno de los personajes más visitados de la actualidad: Antígona. Pero, como en las tragedias griegas, el verdadero protagonista es el destino.

Los colmillos del dragón remite a un ciclo mitológico reconocido. González Rojo no altera la anécdota, pero sí la inserta en un mundo contemporáneo; la actualiza. Lo importante es, en todo caso, la forma en la que el poeta nos acerca a una historia.


V

Para quien ha tenido la fortuna de acercarse al ensayo filosófico de González Rojo, leer su poesía reviste de guiños a su bagaje conceptual. Los personajes funcionan, las más de las veces, como filtros ideológicos con los que el poeta sugiere algunas aproximaciones a su pensamiento filosófico. Así, por ejemplo, Ismene explica “la lucha fraticida” entre sus hermanos Eteocles y Polinices, presas de un “maldito frenesí”, a través de las ideas filosóficas del autor:


¿Qué es el “maldito frenesí”

del que habla Ismene?

Es una pulsión.

Un fuego con pretensiones de eternidad

en el hondón del alma.

Un ahínco encajado en las vísceras.

Un poner los dientes y las uñas

al servicio de lo “propio”.

 

   Se trata de la “pulsión apropiativa”, una idea que González Rojo desarrolla en su “Teoría de las pulsiones”. En el libro En marcha hacia la concreción. En torno a la filosofía del infinito (2007) presenta formalmente su teoría, según la cual “la pulsión apropiativa” forma parte de un instinto humano que se caracterizaría por el deseo de poseer.

Esta es, apenas, una de las conexiones que el autor establece entre su ejercicio de creación poesía y reflexión filosófica.  Dejo a los curiosos en placer de hallar otras evocaciones en el poema.

 

VI

No quisiera concluir este acercamiento sin mencionar el cambio de paradigma que supone la aparición de un libro de Enrique González Rojo Artur en el catálogo de una empresa dependiente del Estado como lo es el Fondo de Cultura Económica. González Rojo fue siempre un pensador incómodo, disidente, heterodoxo, incluso; su obra, radical y atípica en muchos sentidos, ha padecido la censura política e incluso la desaparición sistemática, como sucedió a finales del siglo pasado con títulos como El rey va desnudo o El rey se hace cortesano, en los que denunciaba los vínculos entre Octavio Paz y el salinismo. Su poesía, asimismo, se ha desarrollado en los márgenes estéticos predominantes: su apuesta lírica es siempre sui géneris, personalísima, y por ello, sumamente diferente. (Quizá en ello radique cierta exclusión su obra en el panorama literario).

La publicación de Los colmillos del dragón en el Fondo de Cultura Económica augura una necesaria revitalización de la empresa editorial; y la apertura es algo fundamental que, también, debemos festejar.



              Homenaje a Enrique González Rojo Arthur. 

             La poesía  en el maestro filósofo.     

       Facultad de Filosofía y Letras, UNAM

            30 de septiembre de 2008.            

 

*Enrique González Rojo Arthur. Los colmillos del dragón. (La saga de los cadmeos). México: Fondo de Cultura Económica, 2021. 


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