I
Hacia 1949, un grupo de jóvenes encabezados por Enrique
González Rojo Arthur dieron vida al “poeticismo”, un movimiento de renovación
poética que, desestimado por la crítica y autocensurado —incluso— por quienes
fueran parte de esta aventura, ha pasado casi inadvertido en la historia de
nuestras letras. Ampliar el espectro de lo poético mediante procedimientos
lógico-racionales derivados de la indagación y la experimentación en torno al
lenguaje figurado era, entre otras, una de las pretensiones del movimiento.
Si la metáfora era tomada como un “hallazgo”, los poeticistas aspiraban a desentrañar una suerte de “mecanismo” capaz de producir esos descubrimientos. Apostar a la metáfora, sin embargo, no era el fin último, sino construir un encadenamiento de elementos figurativos a lo largo del poema. Y “largos”, efectivamente, fueron los poemas de este periodo, aunque sólo uno de ellos se publicó: Dimensión imaginaria (1953), de González Rojo. Una obra cuya rareza estriba en la concepción tan singular, y sui géneris, de la poesía. Un proyecto de intelección que se convertirá en el punto de partida de una de las poéticas más particulares, y disidentes, del panorama mexicano.
II
La aventura del poeticismo duró pocos años, pero fue
fundamental en la construcción de la poesía de Enrique González Rojo, quien inclusive
llegará a proponer una división de su trayectoria literaria en torno a la
importancia de dicha etapa. Su obra, así, tendría tres momentos: “1) pre-poeticismo,
2) poeticismo y 3) postpoeticismo”.
La
mención a este movimiento resulta necesaria para abordar algunos tejemanejes que
configuran la apuesta de Los colmillos del dragón (La saga de los cadmeos). Se
trata de un poema narrativo de larga tirada. “Novelema” es el término que
González Rojo asigna a este tipo de exploraciones que constituyen un género fronterizo
y deliberadamente híbrido. Una combinación entre la narratividad de la novela y
el discurso figurado de la poesía.
Una de las
intenciones que subyace en el (¿la?) “novelema”, explica González Rojo en la
“Antesala”, consiste en sustituir los elementos esteticistas por inquietudes existenciales,
en aras de la reivindicación de la anécdota en el poema lírico.
Los colmillos del dragón adaptan el ciclo mitológico de los cadmeos. Las tragedias de Esquilo, Eurípides y Sófocles inspiran la anécdota que González Rojo reescribe, resignifica. El poema arranca con la figura de Cadmo, fundador de la estirpe tebana:
¿El cielo se
agrietó un día
para decir la boca
que,
desde el trono del
imperativo,
se puso hablar?
¿Las nubes,
mudando de quehacer, chispearon
sílabas
hablantinosas
sin otra humedad
que la de la saliva de Palas Atenea?
No sé, pero:
“Seguir las
pisadas de la vaca”
fue la orden de la
diosa a Cadmo, fundador de pueblos.
En
Los colmillos del dragón, el cielo “habla”, las nubes chispean “sílabas
hablantinosas”. Objetos y emociones asumen la inquietud humana; la voz del
pasado. La prosopopeya, apuntó en su momento Paul de Man, hace hablar a los
muertos. No es casual que dicha figura retórica, hermana de la metáfora, sea la
predilecta para la evocación. El título de este poema alude al momento en el
que Cadmo, tras asesinar al dragón —hijo de Apolo que obstaculiza la fundación de
la ciudad— planta bajo la tierra los colmillos del monstruo, de los que nacerá
un nuevo linaje de guerreros: los tebanos. El cuidado de la semilla es una
figuración del renacimiento; el árbol genealógico, así, encarna una hermandad
de raíces peregrinas.
La figura de Edipo, medular en ciclo
tebano, también es un hilo conductor en los capítulos centrales de este poema. En el
capítulo quinto, “La Esfinge”, Edipo tiene que descifrar la adivinanza a partir
de pistas confusa y abigarradas, si no quiere morir devorado por sus fauces. Edipo,
sin embargo, tiene una epifanía; realiza el “hallazgo”:
[…] la Esfinge,
adicta a la sangre
humana,
se entrega a la
faena de siempre,
mientras Edipo,
se pone a meditar
en lo escuchado.
Lo hace de manera
intensa, profunda.
Se pregunta por el
secreto de los enigmas,
descubre poco a
poco el mecanismo
de su misteriosa
fabulación,
el motor invisible
que los hace moverse,
como ese poquito
de vida
que impulsa al más
pequeño de los gusanos.
Este pasaje me parece sumamente significativo, por las referencias implícitas a la concepción poética del propio González Rojo. No sería muy descabellado imaginar a Enrique como una suerte de Edipo que, parado frente al secreto de los enigmas, de los misterios, ya no de la Esfinge, sino de la poesía, a la representa, “se pone a meditar en lo escuchado”. González Rojo descubre, poco a poco, el “mecanismo” que da vida, el “motor invisible” que hace posible la irrupción de la poesía.
“Mecanismo” y “motor” son palabras propias
de la jerga poeticista. La crítica ha señalado —y consignado— ese aspecto
mecanicista en el pensamiento literario del autor, pero acaso no se ha reparado
lo suficiente en el trasfondo: mirar la poesía como un proceso de manufactura
es asumir que la construcción de lo literario es ante todo un ejercicio
racional en el que no cabe la improvisación.
IV
La
reelaboración que presenta González Rojo contempla a los personajes señeros del
ciclo tebano: Cadmo, Lábdaco, Layo, Yocasta; Edipo y sus hijos e hijas: Polinices
y Eteocles; Antígona e Ismene. La saga de los cadmeos concluye con los avatares
que signaron a uno de los personajes más visitados de la actualidad: Antígona. Pero,
como en las tragedias griegas, el verdadero protagonista es el destino.
Los colmillos del dragón remite
a un ciclo mitológico reconocido. González Rojo no altera la anécdota, pero sí
la inserta en un mundo contemporáneo; la actualiza. Lo importante es, en todo
caso, la forma en la que el poeta nos acerca a una historia.
V
Para
quien ha tenido la fortuna de acercarse al ensayo filosófico de González Rojo,
leer su poesía reviste de guiños a su bagaje conceptual. Los personajes
funcionan, las más de las veces, como filtros ideológicos con los que el poeta
sugiere algunas aproximaciones a su pensamiento filosófico. Así, por ejemplo, Ismene
explica “la lucha fraticida” entre sus hermanos Eteocles y Polinices, presas de
un “maldito frenesí”, a través de las ideas filosóficas del autor:
¿Qué es el “maldito
frenesí”
del que habla
Ismene?
Es una pulsión.
Un fuego con
pretensiones de eternidad
en el hondón del
alma.
Un ahínco encajado
en las vísceras.
Un poner los
dientes y las uñas
al servicio de lo
“propio”.
Se trata de la “pulsión apropiativa”, una idea que González Rojo desarrolla en su “Teoría de las pulsiones”. En el libro En marcha hacia la concreción. En torno a la filosofía del infinito (2007) presenta formalmente su teoría, según la cual “la pulsión apropiativa” forma parte de un instinto humano que se caracterizaría por el deseo de poseer.
Esta es, apenas, una de las conexiones que el autor establece entre su ejercicio de creación poesía y reflexión filosófica. Dejo a los curiosos en placer de hallar otras evocaciones en el poema.
VI
No
quisiera concluir este acercamiento sin mencionar el cambio de paradigma que
supone la aparición de un libro de Enrique González Rojo Artur en el catálogo
de una empresa dependiente del Estado como lo es el Fondo de Cultura Económica.
González Rojo fue siempre un pensador incómodo, disidente, heterodoxo, incluso;
su obra, radical y atípica en muchos sentidos, ha padecido la censura política
e incluso la desaparición sistemática, como sucedió a finales del siglo pasado
con títulos como El rey va desnudo o El rey se hace cortesano, en
los que denunciaba los vínculos entre Octavio Paz y el salinismo. Su poesía,
asimismo, se ha desarrollado en los márgenes estéticos predominantes: su
apuesta lírica es siempre sui géneris, personalísima, y por ello, sumamente
diferente. (Quizá en ello radique cierta exclusión su obra en el panorama
literario).
La publicación de Los colmillos del dragón en el Fondo de Cultura Económica augura una necesaria revitalización de la empresa editorial; y la apertura es algo fundamental que, también, debemos festejar.
La poesía en el maestro filósofo.
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
30 de septiembre de 2008.
*Enrique
González Rojo Arthur. Los colmillos del dragón. (La saga de los cadmeos). México:
Fondo de Cultura Económica, 2021.
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