El cuento más corto...
Durante mucho tiempo se
afirmó que “El dinosaurio” de Augusto Monterroso era el cuento más corto
escrito en español. Aunque la historia que narra es sumamente conocida —y más
aún, reconocida por los lectores— no está de más recordar el relato incluido en Obras
completas (1959):
El dinosaurio
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Con nueve
palabras, contando el título, “El dinosaurio” de Monterroso se colocará
como el cuento de referencia al hablar de brevedad narrativa, y aún pasarán
algunos años antes de que aparezcan otros que puedan disputarle el título del
más corto.
Al iniciar
el siglo XXI, sin embargo, el boom de lo mínimo motivará la
creación de textos sumamente breves que desafían de muchas maneras al lector.
En estos momentos no son pocos los cuentos que tienen menos palabras que
el consagrado dinosaurio (y son tantos que podrían hacerse, al menos, un par de
antología con éstos). Uno de los más conocidos se debe a Luis Felipe
Lomelí, del libro Ella sigue de viaje (2005):
El emigrante
—¿Olvida usted algo?
— ¡Ojalá!
Al año
siguiente, el escritor español Juan Pedro Aparicio presenta éste en La
mitad del diablo:
Luis XIV
Yo.
Una versión
semejante se debe a Aloé Azid, incluida en Mil y un cuentos en una línea (2008):
Autobiografía
Yo.
Las
ficciones cortas suelen apropiarse de discursos ajenos a lo narrativo, y
en ocasiones alejados de lo literario. Así sucede con el
eslogan publicitario, la adivinanza, el chiste o el epitafio, que se
ha consolidado como un molde recurrente para la escritura
breve. Marcial Fernández, en Andy Watson, contador de
historias (2005), escribe:
Epitafio de Borges
Aquí yace el otro.
En Mini (2015), el narrador argentino Marcelo Gobbo confecciona uno de los más audaces:
Epitafio para un microrrelatista
.
El acierto
del cuento estriba en la combinación de un título sugerente cuya expectativa
absorbe un signo de ortográfico: el punto final. El epitafio narra, sin
embargo, un suceso elíptico y enuncia una suerte de manifiesto.
Es curioso,
por otra parte, advertir historias sugeridas, ficciones súbitas, por así
decirlo, dispersas en libros que ostentan otros rótulos genéricos. Las hay lo
mismo entre poemas (o poemínimos como los llamó Efraín Huerta), que
entre aforismos, paradojas o imágenes líricas al estilo de la
greguería. Mucho antes de Monterroso, el escritor mexicano Carlos Díaz Dufoo, hijo, atinó
algunos relatos mínimos en sus Epigramas (1927):
En su trágica desesperación arrancaba, brutalmente, los pelos de su peluca.
Y hay
algunos más cortos que el famoso dinosaurio:
Hizo muchos planes. No cumplió ninguno.
Nótese la ambigüedad con la que Díaz Dufoo, hijo, nombra a sus creaciones: Epigramas. Los escritos que conforman dicho libro ostentan un corte a veces aforístico, a veces lírico, a veces narrativo, pero poco se asemejan a lo que se ha entendido por “epigrama”, por lo menos en el sentido clásico del término. Este tipo de ficción elíptica, que suprime incluso el título, será común en los títulos de eso que se ha llamado, en honor a Juan José Arreola, “varia invención”. Así, por ejemplo, estos de “anuncios” de Guillermo Samperio, tomados de La brevedad es una catarina amarilla (2004):
Cambio niño berrinchudo por guante de béisbol.
*
Remato cuerda para suicidas.
El día de
hoy, como se ve, las nueve palabras de Monterroso ya han
sido rebasadas. En otras lenguas se ha sugerido incluso,
para escritos breves afines, una extensión de palabras menor
a la del dinosaurio, como es el caso del aforismo italiano, que ha
decir de Gesualdo Bufalino, “tiene todo en ocho palabras”: Un aforisma benfatto sta tutto in otto parole (Un aforismo logrado tiene todo en ocho
palabras). Palabras que, pese a su filiación con lo lapidario o lo
sentencioso, suelen evocar una historia, como en este ejemplo del también
italiano Beno Fignon, que se ajusta al rango sugerido por
Bufalino:
Pasqua
Modestia di Gesù. E’risorto senza telecamera.
Pascua
La humildad de Jesús: resucitó sin
videocámaras.
En el
inglés la extensión convenida son las seis palabras, acaso por el
conocido relato atribuido a Hemingway:
For
sale: baby shoes, never worn.
Vendo zapatos de bebé, sin usar.
De hecho,
en 2006 la revista Wired convocó a una treintena de escritores a
homenajear el cuento atribuido a Hemingway con creaciones de seis
palabras. Aquí un par de ejemplos del dossier titulado Very Short Stories:
He read his obituary with confusion.
Muy confundido, leyó su propio obituario.
Steven Meretzky.
*
It cost too much staying human.
Era muy caro seguir
siendo humano.
Bruce Sterling.
El escritor
mexicano Édgar Omar Avilés propone el término de “picoficción” para aquellos
cuentos cuyo límite son las seis palabras y entre los ejemplos
que aporta para convalidar su moción descuella este de Fran Kafka que,
sin embargo, ha sido catalogado como un aforismo:
Ein Käfig ging einen Vogel suchen.
Una jaula salió buscando un pájaro.
Las
suspicacias que generan estos escritos son inevitables. La brevedad orilla
a lo proteico, y en estas paradojas de la escritura, la facilidad con la
que el creador transita de un género a otro será después la
dificultad de la crítica al momento de clasificar o incluso
valorar las apuestas y los resultados del escritor.
Asentada la brevedad como uno de los ideales estéticos del momento, no es de extrañar la proliferación de relatos o ficciones ultracortas, y una de las consecuencias inmediatas de este auge se refleja en las ya numerosas antologías dedicadas a la narrativa breve. Los compendios, sin embargo, suelen reunir ejemplos variopintos de muy distintas extensiones. Conviven en un mismo espacio los cuentos de una cuartilla (400 o más palabras) con aquellos textos de difícil clasificación que sólo alcanzan una línea (entre 12 y 20 palabras, aproximadamente). Sin embargo, en éstas no es difícil hallar cuentos más cortos que el emblemático dinosaurio. Rony Vázquez Guevara, por ejemplo, en Circo de pulgas. Minificción peruana (2012) compila éste de Cristián Ahumada Heredia:
Creación
Soy Dios. El resto es invención mía.
Uno de mis
favoritos aparece en la antología de Paola Tinoco, Mexicanos en una nuez (2013), y se debe a Élmer Mendoza:
Callejón sin salida
BANG.
En Por
favor sea breve 2 (2009), antología preparada por Clara Obligado,
se recoge éste de Guillermo Samperio:
El fantasma
Tras el
título viene una hoja en blanco a la manera del arte conceptual. Éste
se ha tenido como el cuento más breve de las letras hispanoamericanas, sin
embargo, existe otro relato con igual número de palabras que ha pasado
inadvertido. Me refiero al escrito por Sergio Golwarz en Infundios
ejemplares (1969):
Dios
Dios.
Alzhéimer
Las nueve
palabras del “El dinosaurio” se antojan enormes frente al cuento
de Marcial Fernández. Monterroso es, sin embargo, el iniciador
de una novedosa forma de asumir la brevedad en el ejercicio creativo en
las letras. Su apuesta permitió una nueva manera de concebir lo
literario y abrió las puertas para un intenso debate, aún vigente, que ha
cuestionado tanto las fronteras genéricas, como los protocolos de
lectura —habrá quienes se pregunten si en verdad hay una “historia” o
una “ficción” en algunos de los ejemplos aquí mencionados—; un
debate aún inconcluso que ha enriquecido a la crítica, a la teoría y
a la historia de la literatura.
Contar las
palabras para decidir si un cuento es o no breve, además de ocioso,
resulta un tanto arbitrario. Sin embargo, no parece haber otra forma de
cuantificar la extensión. Acaso entre los ejemplos aquí
aludidos pueda estar ese cuento más corto…
Publicado en Tardes Amarillas. Revista de Cultura (Buenos Aires), año 5, núm.
67, julio de 2019.
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